Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Corrupción, S.A.
Cuando no tomas una postura en contra de la corrupción, tácitamente la apoyas
- Kamal Haasan
Una vez más, un presunto acto de corrupción por parte de un hermano del presidente de México sacude su credibilidad moral y demuestra nuevamente que la honestidad no es un acto de fe.
Pareciera que una de las mieles del poder más seductoras es la tentación de hacer uso de los recursos públicos en provecho de sus propios gestores, desviándose del bien común. Servirse con la cuchara grande, pues.
La corrupción se presenta como un mal endémico en nuestro país. La corrupción es el uso indebido de la autoridad para fines propios del gestor. Esto sucede tanto en organismos públicos como privados. La corrupción se manifiesta como el desvío de recursos hacia fines distintos al bien público o de la empresa o como el ejercicio de la autoridad para actuar fuera de la ley.
Sexenios van y vienen y la historia se repite, una y otra vez, llegando al ridículo de que permitimos que vuelvan al poder personajes que han defraudado descaradamente a la nación, y creemos ingenuamente que se han reformado solo por haber cambiado de marca política. El problema es que el poder es conferido por ciudadanos que aparentemente no somos ni tan buenos ni tan sabios, pues seguimos apoyando o al menos permitiendo, ser administrados por quienes hacen de la política un negocio particular.
Esto sucede por dos motivos: una incapacidad de analizar críticamente la realidad que nos lleva a tomar decisiones con base en un discurso emotivo de un pseudo líder, o la conveniencia de sacar tajada de este sistema económico-político corrupto.
Las empresas no se escapan de este contexto de podredumbre. Algunas resultan víctimas; y muchas más, victimarias, al hacerse cómplices cuando promueven este tipo de actos.
En el caso de la empresa, los actos de corrupción dañan los propios resultados del negocio. Por ejemplo, cuando los funcionarios hacen gastos en exceso en su representación de la organización bajo el lema “la empresa paga”; cuando defraudan al cliente con un producto inferior al prometido, como los litros de 900 mililitros, o bien, cuando evaden sus responsabilidades ambientales o sociales con artilugios legales. En estas situaciones, la empresa pierde patrimonio, negocio y reputación.
Más aún, vergonzosamente, en México el soborno es muchas veces la única llave que destraba trámites para poder operar negocios y el contar con “amigos” en instituciones gubernamentales y empresas grandes, es la “técnica” para cerrar los negocios de mayor valor.
Este tipo de actos lesionan a la sociedad no solo en su patrimonio, sino también en su espíritu.
Por ello, las organizaciones deben asumir su responsabilidad para actuar tanto en la prevención como en el combate de la corrupción.
El primer paso es reconocer que la corrupción es producto de la debilidad humana. Contemplar este hecho no lo hace menos grave, sino por el contrario, visibiliza el impacto de esta vulnerabilidad. Siendo así, corresponde a las empresas generar políticas y programas internos para cerrar la puerta a la corrupción y con ello, aportar a erradicarla.
Para empezar, conviene a las empresas hacer un ejercicio de identificación y evaluación de riesgos. Se trata de revisar los procesos internos de la empresa y las interacciones entre los mismos y con el exterior para detectar situaciones y enlaces que pueden resultar tentadores para un acto de corrupción, como por ejemplo, el ser juez y parte en el manejo de la caja de la empresa. Una vez mapeados estos puntos débiles, se necesitan crear planes de mitigación de riesgos, o sea, cerrar el arca desde la operación del negocio para que ni el justo peque.
Segundo, es pertinente crear un programa anticorrupción, que establezca normas éticas de comportamiento y cumplimiento de responsabilidades de la empresa. La honestidad no puede darse por sobreentendida: es importante establecer y comunicar una política clara de cero tolerancia a la corrupción, con mecanismos de denuncia y establecimiento de sanciones firmes. Al igual que sucede en los países, en las empresas con mayor permisividad resultan en índices más altos de corrupción.
Un instrumento más, es la rendición transparente de cuentas a los grupos de interés de la empresa, en las tres esferas de impacto: económico, ambiental y social. Presentar cuentas claras, no solo hace amistades largas, sino que manda un mensaje muy claro a todos los involucrados con la empresa de que la opacidad no tiene lugar dentro de su cultura organizacional.
Por último, resulta indispensable que la empresa sea congruente en su operación honesta. No es posible cuidar fugas de dinero controlando gastos de empleados como el caso de viáticos o bien, prevenir la concesión de contratos que benefician a los gestores con políticas de limitación de aceptación de regalos por parte de proveedores o clientes, y al mismo tiempo, ocultar ingresos a la federación para evadir impuestos, falsear reportes de impacto ambiental u otorgar mordidas para hacer que se omitan faltas a la ley.
La integridad no es nada fácil, pero sin duda, es el único camino para erradicar la corrupción del país y con ello, todos los males que se derivan de la misma: injusticia, pobreza, desigualdad, falta de desarrollo e innovación. Aunque parezca que es navegar contra la corriente, la integridad es la vía y los nuevos héroes de la nación, serán aquéllos que renuncien a la comodidad del status quo y den un paso adelante en la lucha contra la corrupción.