Indicador político/Carlos Ramírez
Ante la vigencia del mismo sistema político priísta y sus reglas y protocolos, el país entró de lleno a la fase dos de la sucesión presidencial de 2024: la etapa en la que el presidente saliente comienza a operar sin disimulos la designación del candidato del partido en el poder.
Las reglas estrictas de funcionamiento del sistema político priísta señalan que el único legado presidencial radica en la designación del candidato; los proyectos en el portafolio como precandidato del presidente en turno pasan al segundo nivel y dejan de tener eficacia histórica.
A Lázaro Cárdenas se le analiza en función de su sucesión en 1940 por el sobrecalentamiento político en el país; al presidente alemán se le juzga por su intentona de reelección presidencial y al final su decisión anticlimática a favor de un Ruiz Cortines austero y sin delirios de grandeza; Díaz Ordaz pasó a la historia por la designación de Luis Echeverría en medio del caos del movimiento estudiantil del 68; Echeverría encapsuló su sexenio en la lucha por el poder en 1975-1976 para romper la continuidad burocrática y generar una nueva corriente administrativista para ejercer la presidencia; y López Portillo mandó el mensaje estabilizador a favor de Miguel de la Madrid, pero al final el caos económico de 1982 desorganizaron todos los acuerdos.
El resultado electoral del pasado 6 de junio llevó al presidente López Obrador a adelantar la agenda de la sucesión presidencial, dejando, no sin pesar, sus iniciativas de gobierno que estaban llamadas a ser su legado. Sin embargo, la desarticulación de acuerdos y el desamarre de alianzas llevó a que el eje de la estabilidad se centre en los tres pasos principales de la sucesión: la designación del candidato, la reestructuración del grupo gobernante y la definición del siguiente proyecto sexenal.
Las reglas de la sucesión presidencial son implacables. Señalan que el sexenio presidencial mexicano solo tiene tres apretados años de gestión, de la victoria electoral a las elecciones legislativas intermedias, porque constituyen los momentos de ejercicio del poder casi sin contrapesos reales. La segunda mitad del sexenio la definen las circunstancias: el resultado electoral legislativo y a partir de ahora el relevo de gubernaturas con alto grado de competencia derivado del resultado electoral; de las nuevas alianzas de partido y grupos; y de la fortaleza interna del control presidencial sobre su gabinete de aspirantes, las agendas ya parcializadas y contaminadas y la situación de debilidad o fuerza en que se encuentre el partido en el poder presidencial.
El primer trienio del presidente López Obrador fue complicado: el 2019 sirvió para perfilar programas sociales concentrando gasto público, el 2020 fue hundido por el COVID-19 y el 2021 casi no le dejó tiempo para su proyecto porque hubo de definir y administrar las candidaturas legislativas de gobernadores y de alcaldes. Cuando la gestión presidencial se lleva de acuerdo con las reglas del librito de jugadas, la fuerza y capacidad presidencial tienen que buscar tres objetivos: control burocrático, disciplina partidista y liderazgo personal, en tiempos políticos que suelen ser dominados por acuerdos subterráneos o colaterales.
Los tiempos políticos posteriores a las elecciones de mediados del sexenio suelen ser vulnerables, llenos de sobresaltos y sobre todo traicioneros. Los problemas más importantes son los inesperados. Por ejemplo, al presidente López Obrador sele complicó el primer tramo formal de la sucesión con la caída de dos trenes del metro de la Línea 12, porque afectó a dos de sus principales aspirantes y los llevó a confrontarse como parte de la lucha política.
Lo más importante del momento político mexicano radica en el hecho de que el verdadero legado del presidente López Obrador estará en la designación de su candidato presidencial, en la capacidad de autonomía relativa del escogido o escogida, en la fortaleza o debilidad del bloque opositor político empresarial y sobre todo en la capacidad del partido morena para administrar todo el complejo proceso que requiere la sucesión. Todos los presidentes salientes en el ciclo priísta tuvieron su principal ventaja no sólo en el control presidencial sobre el PRI, sino en la existencia de una clase política de operadores en todos los niveles funcionando a un mismo ritmo.
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Política para dummies: la política la dicta la dicta la circunstancia, y, repitiendo a Ortega y Gasset, si el político no salva a la circunstancia, entonces no se podrá salvar a sí mismo.
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