Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
Las Querencias del Patrón
NUDOS DE LA VIDA COMÚN
Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sino que primero has de evocar en las personas el anhelo de mar libre y ancho
- Antoine de Saint-Exupéry
Espero no decepcionarle, amable lector. Este nudo no es sobre líos amorosos de nadie, sino de lo incomprensible y compleja que a veces resulta la estrategia de negocios en las empresas.
Para enmarcar este nudo, le propongo hacer una diferencia entre inversionistas y empresarios, pues será de estos últimos de quienes estaremos hablando.
Los inversionistas son personas que buscan incrementar su patrimonio haciendo negocio con su dinero. Por lo general, su criterio de decisión es qué les otorga un mayor rendimiento, sin importar mucho el cómo. Su participación en las empresas se limita a depositar los recursos financieros, y no se involucran con la operación de los negocios donde invierten. Su compromiso dura mientras las cifras de retorno sean atractivas. Es en este grupo donde se anclan aquéllos que persiguen la jubilación a temprana edad, para dedicarse a “disfrutar de la vida”. En su concepto, el trabajo y la responsabilidad son excluyentes a una vida plena y significativa. Ven el trabajo como un castigo que ellos no merecen - y los demás sí-, por lo que son indiferentes a lo que pase fuera del balance financiero.
El empresario, por el contrario, busca desarrollar una actividad económica en un giro específico, pues en él despliega sus pasiones. También busca una ganancia, pero aparejada a cumplir sus anhelos, convicciones y expectativas de vida. Así, generalmente será él o ella quien activamente gestione su empresa, a su mejor entender y capacidad y desde su visión y experiencia. Lo común es que su preocupación sea tener mejores resultados, y para ello se enfoca en el cómo. Son seguidores de las “mejores prácticas” que buscan con frecuencia ajustar a su empresa … aunque a veces no calcen.
Como el empresario sí opera su negocio, está mucho más expuesto que los inversionistas a sus grupos de interés: colaboradores, clientes, proveedores, comunidad, gobierno, instituciones, asociaciones ciudadanas y medios de comunicación. De manera natural, cada uno tiene una opinión sobre cómo se dirige y gestiona la empresa, basada en el “debería ser” o “cómo lo hacen los demás”. El alcance de sus planes también es juzgado por los observadores de la empresa: muy mediocres o demasiado ambiciosos. Parece que a nadie le dan gusto.
Por supuesto, las “mejores prácticas”, las normas oficiales, la estandarización de procesos, los sistemas de gestión de calidad y los códigos de conducta entre muchos otros instrumentos de la gestión de empresas, son excelentes guías para conducir a la compañía al éxito… el tema es qué significa el éxito para el empresario: qué motivaciones satisface a través de su compañía.
Todos necesitan dar resultados financieros para permanecer en el negocio. Algunos inician una empresa para demostrarse a sí mismos que son capaces, o para demostrarle a quien no creyó en él o ella que se equivocaba. Unos más, quieren lograr un reconocimiento social para sanar alguna herida de vergüenza de la infancia. Hay quienes necesitan continuar la tradición familiar, para dar honor a los padres. También hay quienes encuentran en su empresa una forma de trascender. Aquí es donde la estrategia, cómo fórmula para competir en el mercado, se puede tornar complicada y confusa.
En el nudo anterior - mucho ruido y pocas nueces -, hacíamos referencia al posicionamiento de mercado, al patrón de decisiones y a la perspectiva como tres de los elementos que integran una estrategia. Cuando hablamos de posicionamiento, nos referimos a lo que hace diferente al producto o servicio que ofrece la empresa en relación a toda la oferta que existe en el mercado. De esta forma, si se trata de distinguirse, una compañía no puede ser igual a las demás, sino que tiene que tener una personalidad propia, que de manera natural, será el reflejo de la propia personalidad de su líder. Finalmente, su perspectiva única del mercado, del producto, de los negocios y de la vida misma, es lo que hace diferente a su compañía.
La solidez de la organización tiene mucho que ver mucho con que los colaboradores, los proveedores, los clientes y la comunidad compartan en mayor o menor medida de esta visión. Cuando esta mirada del mundo de los dueños no es aterrizada con claridad, si es comunicada de manera ineficiente, o incluso si es percibida como algo ajeno al negocio, es difícil comprender la lógica de las decisiones, por lo que con frecuencia son juzgadas, descalificadas e incluso saboteadas. Tal pareciera que solo son los caprichos del patrón y ahí es donde empiezan las resistencias y tensiones en la relación con la empresa, particularmente por parte de los trabajadores.
Si queremos empresas más humanas, no podemos excluir la parte humana del mismo dueño. Es legítima la expectativa de que las decisiones empresariales tengan una lógica utilitarista de negocios el “cómo debería ser”, lo cual paradójicamente nos llevaría al perfil indiferente del inversionista, no al de un empresario orientado a las personas . Sin embargo, la realidad es que la empresa nace del corazón de su fundador, por más técnica y formalizada se pretenda la toma de decisiones, a la hora de hacer estrategia, no podemos omitir las querencias del patrón.