Opinión/Julio Santoyo Guerrero
Troncos de ceniza.
Julio Santoyo Guerrero
La tierra esperaba ver cumplida la promesa de que en ella plantarían 40 mil árboles. Año tras año el bosque iba muriendo. La plaga fue de tronco en tronco hasta que secó 50 y más años de vida. La última especie en darse cuenta de aquella ruina fue la humana.
Educada en valores extraños que hacen creer que todo lo que ella necesita se puede comprar en mercados, aquello, los árboles secos, no les representaba más que una mancha marrón en el paisaje. Bastaba voltear la mirada para encontrar otro paisaje, tal vez una tierra árida, la pantalla de colores vivos de un electrónico o un esplendoroso basurero representativo de la civilización.
Parado sobre la tierra mojada por la lluvia temprana del mes de julio el sacerdote contestaba emocionado las preguntas que le formulaba el entrevistador. Habló de la obra del creador, de la caridad universal presente en quienes corrían por las laderas llevando mantas con pinos para plantar. De la encíclica Laudato Sí del papa Francisco habló con tono ceremonioso y grave, casi deletreando las frases exclamo: "es un pecado destruir la obra del señor, porque es como atentar contra la vida propia y la de otros".
Eran testigos del acontecimiento comisariados ejidales, pequeños propietarios, autoridades municipales, estatales federales y ciudadanos defensores del medio ambiente. Los discursos se desgranaron uno a uno en palabras tales como cuidado, conservación, prevención; los reproches a los incendiarios, a los talamontes y a quienes hacen cambio de uso de suelo, no tuvieron tregua ni pasaron por tonos edulcorantes.
Ese mismo día, casi rayando el sol, decenas de hombres y mujeres recogieron cantidades escandalosas de basura acumulada en los márgenes de la brecha por años de olvido y de inconsciencia. Miles de arbolitos, eso sí muy limpiecitos y erguidos, esperaban formados en fila, muy ordenados como preescolares que van gozosos al salón de clases, para hundir sus raíces en su nueva casa y prosperar por más de 50 años.
—Son miles de pinitos que vendrán a repoblar algo así como 18 hectáreas. Así es como tendremos que ir recuperando los suelos agrestes que desmontaron los talamontes o que arrasan las plagas en la sierra. Es un ejemplo para que la gente de bien del pueblo haga reflexión y actúe en defensa de la naturaleza. —Convencido exclamo un ejidatario que ha incluido el cuidado ambiental en su código de valores. Una determinación que como pasan los días y la catástrofe climática, es asumida por centenas de campesinos.
El sacerdote ambientalista ha muerto hace apenas un año. Ha dejado un caudal de tristezas en el alma de sus parroquianos y su voz ausente ha dejado un hueco de desamparo que extrañan las criaturas de la naturaleza. Le habría indignado, —de eso estoy seguro— que los 40 mil arbolitos símbolos de vida, que bendijo con la esperanza de que atrajeran el agua y el canto de las aves yacen ahora calcinados en aquella ladera olvidada. Son inertes troncos de ceniza.
En los primeros días de abril les prendieron fuego, los arboles mozuelos no tuvieron defensa alguna frente a la codicia aguacatera y fraccionadora que actuó, como lo saben hacer, con eficacia pirómana. La vertiginosidad con la que se desempeñaron es asombrosa. En pocos días en la parte baja de la ladera, sobre las cenizas de la esperanza verde, están sembradas las plantas de aguacate y al lado de la brecha ya está trazado el fraccionamiento que sustituirá miles de árboles.
Allí no queda ni el eco de los discursos pronunciados para la ocasión. Las palabras, cuidado, conservación, prevención, esperanza, también quedaron calcinadas y ruedan como troncos humeantes ladera abajo, huyendo por pudor y vergüenza del lugar en donde fueron pronunciadas.
Quiero imaginar que el sacerdote Nahúm, en ocasión de esta tragedia e infamia, nos hablaría del círculo del infierno de Dante en donde purgan sus pecados por la eternidad los codiciosos y los avaros. ¡Y llegarán al círculo cuarto, el que está guardado por el ángel caído del dinero y los condenará a hacer rodar pesadas rocas desde las laderas que quemaron hasta la ciénaga de Villa Madero donde sufrirán el eterno dolor de ser aplastados por la esterilidad de la piedra!
De las instituciones del gobierno no se qué harán. Los delitos ambientales son flagrantes. El lugar está a tan solo 400 metros al oriente del poblado, muy cerca... pero demasiado lejos de las leyes. ¿Actuarán o no? El caso bien vale una apuesta en favor y en contra.