Nudos de la vida común/Lilia Patricia López Vázquez
La triple moral
“La Tierra tiene lo suficiente para calmar el hambre de todo el mundo, pero no para calmar su ambición”.
- Mahatma Gandhi
En la actualidad se habla del triple balance de las empresas, donde se marca la expectativa social sobre las mismas de que no solo enfoquen sus energías en la generación de utilidades, sino que vean más allá del balance financiero y procuren el mismo resultado positivo en el planeta y en la sociedad.
Para las nuevas generaciones esa es una demanda lógica y legítima; para las anteriores, toda una sorpresa. Como todo, esto tiene que ver con el fragmento de la historia que a cada quien le toca vivir.
Desde 1976 hasta finales de los 90s, se vivieron en nuestro país las grandes crisis sexenales, las cuales, al igual que la actual por covid19, pusieron a cientos de miles, incluso millones de mexicanos, en el desempleo.
Como las necesidades llegan más rápido que la siguiente quincena, muchos de estos desempleados, se convirtieron en emprendedores por necesidad y unos pocos prosperaron pasando a ser empresas.
Ante un entorno económico turbulento que duró más de dos décadas, el enfoque de los negocios fue la sobrevivencia y las utilidades eran la única forma de subsistir a las inflaciones galopantes. Ser eficientes era la alternativa para generar ganancias, pues las ventas siempre eran inciertas y lo único que se podía más o menos controlar, eran los costos y los gastos.
De esta forma, ofrecer empleos con bajo sueldo era mejor que nada. Y de alguna manera, la creación de empleo, independientemente de su calidad, era un respiro para la sociedad. Nacieron los minisalarios y ante la escasez de demanda laboral, los trabajadores aprendieron a aceptar empleo sin seguridad social ni prestaciones con tal de tenerlo.
El siguiente ingrediente de la ecuación para mantener la eficiencia era un viejo conocido: materias primas baratas ancladas en la revolución del plástico. Los hidrocarburos no solo eran la energía del país, sino también la fuente de abaratamiento de las provisiones y procesos que impulsaron el milagro mexicano entre 1940 y 1970. Así, empresas y empresarios del siglo pasado viven con un único objetivo en mente: utilidades. Se vive entonces, bajo el paradigma de la era industrial.
En el panorama no había más allá: utilidades para sobrevivir y utilidades como incentivo para mantener el empleo.
Después de este periodo crítico, se detienen las crisis sexenales y empieza un periodo económico de calma chicha. Entonces nos dimos cuenta que ni progreso ni crecimiento significaron desarrollo. Los noticieros dejan de hablar de las tasas de interés, cotización del dólar y el precio del barril de crudo y empiezan a aparecer los titulares sobre la factura del desarrollo económico: el agujero en la capa de ozono, el cambio climático, la extinción masiva de especies, la destrucción de bosques, de selvas y de mantos acuíferos y el grado de contaminación del aire.
Entonces, también descubrimos que el modelo productivo no es viable en el largo plazo y se empieza a hablar de sustentabilidad a principios de este siglo. Tarde llega el reclamo hacia la industria y el estilo de vida moderno. Un cambio hacia energías limpias, reducción de desperdicios y producción eficiente implica una inversión superior a los capitales disponibles de las empresas. Transformar esos activos productivos que fueron tan difíciles de conservar y mantener en operación durante las crisis económicas, resulta una tarea que demanda más esfuerzo que los frutos previsibles en el corto plazo.
Además, el cambio resulta una amenaza cuando se ha tenido éxito en el status quo y más cuando se trata de empresarios y líderes de organizaciones que crecieron con el mencionado paradigma de la era industrial.
Esto explica en mucho, por qué la política federal ha detenido el desarrollo de energías alternativas y busca regresar al modelo económico de la política estabilizadora de los años sesentas. Hay un congelamiento de mentalidad en la cúpula del poder mexicano, y esto significa que lograr un México sostenible es una lucha que rema contra la corriente. Ni el gobierno ni las empresas quieren tomar consciencia de la amenaza al planeta, y no ven más allá del próximo informe presidencial, las elecciones, o el siguiente estado financiero.
Del tercer elemento del triple balance, las personas, la sociedad, ya ni hablamos. La demanda de igualdad está siendo conducida por la intolerancia, la explosión violenta y la ausencia de diálogo, donde se invalida a todo aquél que piensa diferente. Lejos de demandar cuentas al sector empresarial por su impacto social, estamos generando el río revuelto donde ellos son los pescadores. Nuevamente, todos bajo el paradigma de lucha de clases arraigado en la era industrial.
Gobierno, empresas y sociedad manejan cada quien su propia moral, pero todos atorados en un periodo evolutivo que ya fue rebasado por el costo de nuestros errores. Mientras se requieren soluciones efectivas que den viabilidad a la economía, al planeta y a las personas, seguimos teniendo respuestas de la era industrial en plena era del conocimiento, de la tecnología y de la sustentabilidad.
Es urgente, pues, que la educación de calidad deje de ser un lujo, pues necesitamos generar una masa crítica de población pensante que deje atrás el pasado y se concentre en adquirir una visión más amplia de la realidad presente y futura, para con ello liderar el despertar de una nueva consciencia colectiva en favor de la humanidad.