Aplausos, medallas y carcajadas por votos/Elizabeth Juárez Cordero
Aplausos, medallas y carcajadas por votos
Elizabeth Juárez Cordero
Pese a no ser un fenómeno nuevo, ha llamado la atención en los últimos días la cantidad de personajes; actores, actrices, modelos y deportistas que aspiran a un cargo público en el proceso electoral en curso, los encontramos lo mismo en las listas de candidaturas plurinominales que en las de mayoría. Diputaciones locales, federales, presidencias municipales, alcaldías o incluso gubernaturas, son el papel que han decidido cambiar por los libretos, guiones y entrenamientos de alto rendimiento.
Tan añejo como la política misma, ha sido una constante el cuestionamiento sobre quiénes o qué características deben contar las personas que desean participar de la toma de decisiones públicas. En este sentido, apunto algunas ideas de quienes en esa búsqueda, puedan ser orientadores en la reflexión y en el mejor de los casos, útiles para la evaluación en el menú de opciones que presentarán los partidos políticos, no sólo los de nueva creación sino también entre los denominados partidos grandes, que con años de por medio, no debiera ser una preocupación la falta de militantes o liderazgos dignos de ser considerados sus candidatos.
En el pensamiento aristotélico podemos encontrar algunos visos de esas cualidades de la participación política, al distinguir entre aquellas que debían tener el ciudadano gobernado y el gobernante, pues si bien para Aristóteles el hombre es un ser político por naturaleza zonn politikon, esto por su condición social de encuentro con los otros, la posibilidad de participar de la vida pública, en la polis, no solo excluía a mujeres, esclavos y extranjeros, sino que también presuponía que los hombres aptos de participar eran hombres libres, cuyas necesidades vitales debían estar resueltas, sin las cuales, virtudes como la prudencia, la capacidad deliberativa o de juicio, propias del buen gobernante, serían inalcanzables.
Por su parte, el filósofo español Ortega y Gasset, en su ensayo sobre Mirabeau considera la virtuosidad elemento central del político, pues no hay hombre grande sin virtud, entendiendo la virtud como este conjunto de capacidades creadoras, magnánimas, motivadas por un sentido de trascendencia, pero también dotadas de cierto altruismo en oposición al hombre pusilánime de vida egoísta, limitada a solo ser vivida en el mayor placer y el menor dolor.
Desde aquí podríamos resaltar varios elementos, por un lado el innegable sentido de trascendencia, una motivación hacedora sobre los asuntos que competen a todos, los de carácter público, pero que fundada en la voluntad o el mero interés sin capacidades o virtudes desplegadas en la actividad política, tales como la prudencia, el diálogo, la toma de decisión o la capacidad de orden por ejemplo, apenas lograran pasar como hombres de buena voluntad pero de deficientes resultados.
Por otra parte, no podemos pasar inadvertido esta limitación implícita en la participación política de quienes solo resueltas sus necesidades básicas e incluso provistos de una solvente capacidad económica, puedan de manera efectiva interesarse en la actividad política, el mismo Aristóteles advertía incluso sobre el ocio como requisito para participar de los asuntos de la polis. Es decir, incluso ahí en las democracias con la promesa de hacer más iguales a los desiguales, no cualquiera puede ni tiene el tiempo de pronunciarse o pensarse ya no digamos como gobernador, siquiera como eventual aspirante a jefe de tenencia.
El mismo Maquiavelo centrado en el príncipe, había puesto ya el acento en la virtud del gobernante, pero acompañado de otro elemento adicional, la buena fortuna, pues creyentes o no del azar y las circunstancias ajenas al actuar del hombre, pueden determinar el éxito o la derrota, de la misma manera que al echar un volado pueda salir Sol. Aunque desde luego la otra posibilidad, el 50% sigue recayendo en la virtud, a partir de la cual, el gobernante tendrá la capacidad de decidir ante las circunstancias, orientado más que por lo moralmente bueno o malo, por las circunstancias mismas y el objetivo de todo aquel que participa en política; la obtención del poder y el mantenimiento de éste.
Desde luego, pueden estar presentes muchos otros nobles objetivos como el bien común, erradicar la pobreza o la corrupción, hacer crecer la economía de un país; pero siempre, siempre, siempre pasan invariablemente por la voluntad de poder, que bien describía Nietzsche, ya sea para actuar o para dominar.
Finalmente cierro estos apuntes con Max Weber en su política como vocación, de quien es ampliamente conocida su tipología sobre el político profesional, entre aquel que vive de la política y el que lo hace para la política, que si bien pudieran estar presentes ambos en una sola persona; el ideal de no tener que depender de ésta actividad, nos pudiera llevar a la tentadora elección de quienes satisfecha su capacidad económica, también aspiran. Aunque quizá de manera menos visible, provenientes de los sectores económicos y empresariales.
Es por ello que la cualidad particularmente importante, está en el político por vocación; de quién se desprende la pasión como causa y la mesura, atemperadas por la ética de la responsabilidad, indispensable cuando las acciones y omisiones de quien detenta el poder, impactan no en la esfera individual o de grupo, sino de manera común.
Por lo tanto, ser político, incursionar en política y ya no digamos ocupar una responsabilidad en el servicio público, no se trata de cualquier trabajo cotidiano, aunque nuestra clase política muchas veces se encargue de hacer mella de su desprestigio, como tampoco puede ser vista como invitación de la buena fortuna amparada en el sentido de necesidad o de oportunidad de un partido político. Pues de las deficiencias o virtudes de estos hombres y mujeres, si bien en uso legítimo de sus derechos, puede pender el futuro de un pueblo, un municipio, un estado o el país entero.
La apuesta de los institutos políticos fijada en los aplausos, medallas y carcajadas a cambio de votos, puede significar la permanencia o su extinción política, pero muy probablemente la suma de cada vez más perfiles con trayectorias y capacidades empresariales, artísticas o deportivas intachables, termine también, por pauperizar aún más la vocación por lo público.