Diálogos de vida/Santiago Heyser, Sr
Estamos en una crisis civilizatoria en donde el origen de todos los problemas somos nosotros, ¡los seres humanos!… ya sea por acción, o por omisión.
¿De qué estoy hablando?: de que los seres humanos, así como todos los demás seres vivos del planeta puedan vivir con calidad de vida y tener una vida digna que corresponda a su naturaleza biológica. Hoy, no solo estamos lejos de lograrlo, sino que además nos encontramos en camino hacia la extinción de la raza humana y de la mayoría de las especies de animales… tan solo en los últimos 50 años los humanos hemos extinguido al 70% de la población vertebrada del planeta y actualmente una de cada cinco especies se encuentra bajo algún tipo de amenaza, ya sea por la pérdida de su hábitat por la contaminación o la carencia de recursos naturales para sobrevivir.
Dejemos algo claro, los seres humanos no somos ni por lejos la especie más importante del planeta Tierra; de hecho, no mentiría si nos autodefinimos como plaga. La esencia es que vivimos confundidos porque hemos heredado una cultura hedonista fruto de la ignorancia y la soberbia que data de hace miles de años en donde el ser humano con su egoísmo y prepotencia, pensó que porque tenía un nivel de intelecto mayor al de los demás seres vivos, era superior. Esta idea se fue reforzando con el tiempo desde los grupos de poder de antaño que controlaban la comunicación y conforme se fueron inventando las diferentes religiones y dioses en donde el hombre, “convenientemente”, figuraba como el culmen de la creación divina… nada más lejos de la realidad. Los expertos en ecología coinciden en que, si los humanos desapareciéramos, la vida del planeta se restauraría en cinco años, sin embargo, si los insectos, bacterias y virus desaparecieran, la vida se acabaría en cinco años.
Cuando hablamos de sobrevivir, pareciera que el mensaje es exagerado ante la aparente comodidad, modernidad, avances tecnológicos y conveniencias con las que vivimos quienes habitamos en ciudades y hemos tenido la fortuna de nacer en una cuna de clase media o alta… Sobre todo porque parece que no hay ninguna amenaza aparente en el corto plazo (léase una o dos generaciones más). En nuestra miopía, limitación intelectual y falta de conciencia de nuestra propia existencia, creemos tener “cierto grado de seguridad” de que nuestras vidas y la de nuestros hijos y nietos van a ser razonablemente cómodas; por ello no estamos considerando el deterioro ambiental que afecta a todo el planeta, el cual creemos se encuentra lejos de nuestra realidad, aunque el hecho es que ya hoy nos afecta y perjudica; lo que sucede es que no reaccionamos porque no percibimos el daño en nuestra vida diaria. Hoy la humanidad padece el síndrome de la rana, el que se refiere a que si a una rana se le echa en una olla con agua hirviendo, de inmediato, al sentir que se quema, salta fuera de la cazuela y se salva… pero, si a la rana se le pone en la olla con agua fría, sobre el fuego, la rana se va acostumbrando al incremento de calor poco a poco hasta que, al hervir el agua, la rana ya no puede saltar fuera y muere. Cuando un problema se manifiesta lentamente de manera que el daño que genera no se percibe, la falta de conciencia genera que no haya reacciones o que éstas sean tardías imposibilitando evitar o revertir los daños.
El problema es que no estamos educados para considerar el entorno más allá de nosotros, y mientras tengamos en lo inmediato los recursos suficientes para nuestra vida, lo que suceda más allá de nuestra colonia, ciudad o frontera, así como de nuestro entorno, parece no ser de nuestro interés, a pesar de que termina afectándonos. Estamos dormidos, inconscientes; mientras el barco se hunde, nos ponemos a ver el paisaje sin darnos cuenta que nos estamos hundiendo con él. Necesitamos despertar, tomar conciencia de la realidad y de nuestro papel y responsabilidad en ella o pronto será tarde… Así de sencillo.
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