Los arrieros/Gerardo A. Herrera Pérez
Recientemente leí un interesante e importante relato sobre la arriería en Antioquia, Colombia; fue escrito por una persona que cuenta cuentos, canta y es una mujer genial, ella se llama Liliana María Zapata Hernández. La arriería es concebida, en términos generales, como el arte de conducir o arriar bestias con el objeto de trasladar mercancías, viandas o víveres por caminos difíciles.
El libro se construye a partir de una propuesta en la búsqueda de la identidad de los arrieros; la identidad que forma parte de la cohesión social, de aquellos arrieros que se manejaban en códigos de confianza, que pertenecían a las estructuras de transporte de carga en animales y, que formaban también sus valores en plena convivencia social.
La oralidad manejada magistralmente por su autora nos deja ver esa forma de ser arriero, de aquellos que ya no están con nosotros y de los que estando solo pueden ofrecer recuerdos y remembranzas de aquellos años que dan soporte al hilo conductor de este estupendo material histórico.
El texto en palabras de su autora, “pretende erigirse en homenaje a los arrieros, como patrimonio inmaterial paisa y a la historia, de la cual, a su vez, no están desligadas las referencias a los espantos, a las brujas, a las guacas, a las casas de tapia”, el libro describe magistralmente la configuración de la arriería como tal, además de los elementos relacionados con el arriero, entre ellos la indumentaria.
El libro permite dar voz a Hortensia, campesina local de aquella montañosa zona. Hortensia, cierra la historia, con generosos relatos que expresan las vivencias de su bisabuelo “El papita Manuel”; su bisabuelo, fue un arriero típico.
Algunos de los fragmentos que dan entrada a los capítulos rescata el valor de la arriería; “La arriería, eso era el arte mío, las mulas, que las quería mucho. Con las mulas levanté a mi familia, la eduqué, los alimenté bien, les di su vestido, todo con las mulas... Pero ahora yo ya ni más, me dio tristeza, hombre, salir de los últimos animalitos, los que me dieron la vida. Gerardo Osorio (Arriero de Fredonia). Es decir, el trabajo del arriero genera un proyecto de vida para la familia, y es a través del reconocimiento de las bestias, las mulas, las que se aman, por la aportación que permiten para fortalecer el proyecto de vida de la familia. En el fondo los arrieros ejecutaban un proyecto de alteridad con seres vivos, las mulas no solo eran el mecanismo de transporte, lo eran todo, por eso se querían y se respetaban, sin animales no existía el proyecto.
La falta de vías de comunicación, hizo del oficio de arriero un trabajo digno, los caminos fueron caminos de herradura, conocidos y construidos por las propias mulas y el andar de los arrieros, el progreso y desarrollo no llegan a tan rápido, han de pasar los años y las necesidades han de impulsar nuevas formas de comunicación.
“Podemos decir que el inicio de la arriería comienza con los cargueros en la época de la colonización, sea indio o esclavo, ya que los caminos eran difíciles, lo que obligaba a llevarse las viandas o cargas a las espaldas. Este ejercicio fue evolucionando y fue el buey quien liberó al carguero de su condición de bestia de carga, dando paso al nacimiento del oficio del que trata esta obra: La arriería”.
Como se estructuraban los arrieros; aunque la arriería es una especie de hermandad (para el cuidado entre los arrieros y de la definición de la salida y llegada para la entrega de las mercancías y desde luego la proteccion de las mulas), hay gradaciones donde el caporal era su cabeza, quien iba a caballo, era el jefe, conductor y proveedor de abastos y jornales para los arrieros y sangreros.
El caporal disponía y organizaba las caravanas, señalaba la ruta, escogía las posadas o lugares dónde se levantaban las toldas y duración de las jornadas diarias. De su cargo dependían la inspección de la recua, ordenar el herraje, las curaciones o el retiro temporal de las mulas enfermas bien por mataduras, cólicos o percances en las jornadas; igualmente, recibía y entregaba los cargamentos con las respectivas remisiones, llevaba cuentas de los fletes y demás gastos, menajes, aperos, remedios, etc. Señalaba el puesto de los arrieros y sangreros. Así mulas y arrieros tienen sus propios ropajes que les son indispensables para generar la identidad, pero sobre todo para el cuidado de los animales y de las cargas que se transportaban.
Los invito a darle lectura a este importante libro, que describe con magistral pluma los detalles más generosos y con ello, nos hace transportarnos a Antioquia. Al leer el libro no puede menos que pensar en aquellos lugares que conozco y que me han comentado que había arrieros de Huetamo a Zitácuaro o bien a Tacámbaro aquí en Michoacán y otro lugares desde luego; o bien en Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí y todos aquellos lugares que se explotaron los fundos legales o minas que era necesario transportar los metales en las mulas.
Felicito a Liliana María Zapata Hernández, escritora sin precedente, quien recupera una parte importante de la historia no solo de Colombia sino de muchos países de América Latina y el Caribe, espero pronto ella pueda estar en México y compartirnos la información que nos haga pensar que en Latinoamérica se hermanan los países por muchos procesos que le dan identidad a nuestra amada tierra.