Realidad y espectáculo/Julio Santoyo Guerrero
Realidad y espectáculo.
En esto el talento es reconocible, el presidente ha sabido comprender la condición contemporánea del ejercicio del poder: el espectáculo mediático como distractor de las masas para enmascarar la realidad. El uso magistral de este recurso lo envidiaría cualquiera de los personajes que han figurado en los sexenios precedentes, y vaya que muchos fueron destacados ejecutantes y reconocidos manipuladores, con montajes ideológicos y coloridos muy aplaudidos.
La eficacia con la que ha logrado que las multitudes sigan los señuelos, que de ordinario lanza desde el foco del poder ejecutivo, las mañaneras, es de un éxito sorprendente. Y no importa que los señuelos sean verdadero bodrios, ajenos a la racionalidad, a la ética y a la elemental prudencia cívica, sus llamados son atendidos, son creídos públicamente. Él reconoce que su ventaja, soportada en la credulidad que ha florecido por un hartazgo histórico aún indeclinable, lo puede llevar a refrendar la ventaja electoral para los comicios del 21. De eso se trata.
El presidente no ha dejado de hacer campaña, ni dejará de hacerla, el gobierno es lo de menos. No ha pretendido ser el presidente de todos los mexicanos, es sólo el líder político de una parte y está visto que no cambiará de parecer. Como antes del 18 ha identificado que las mayorías siguen moviéndose en el campo de las emociones, que el coraje, el repudio, el resentimiento y el sentido de venganza no se han agotado y no dejara que se diluyan. Conocedor de las fibras íntimas del "pueblo" se ha empeñado en evitar que ese estado de ánimo decaiga, cada mañana se esfuerza en alimentar el odio, el simplismo maniqueo, los impulsos vengativos y el sentido primitivo de justicia directa. Tener un enemigo a la vista es redituable para la propaganda y con seguridad los creará cada vez que los necesite. Estos juegos del poder le divierten, su rostro lo refleja, y los sabe jugar con destreza, aunque sean los mismos que usaron los que tanto cuestiona.
Mantener en permanente tensión a su base electoral es un objetivo vital para su proyecto de poder. A ese objetivo se subordinan todos los ámbitos de su gobierno, es más, su gobierno no puede ser comprendido sin considerar esta cualidad. En su ruta el Estado de Derecho es un obstáculo, como se ha demostrado con los casos que ha pretendido judicializar; en su ruta las instituciones son un estorbo, como se constata con la destrucción recurrente de las mismas; en su ruta la planeación racional no existe, solo prevalece el criterio personal dictado desde al atril de las conferencias matutinas; en su ruta los resultados de gobierno no importan, importan, eso sí, y mucho, sus datos alternos, porque de lo que se trata, y lo tiene bien probado, es que la gente crea que la realidad es Él, y que la realidad ajena no puede ser más que creación de conjurados y enemigos de la patria. Él es la verdad absoluta, más allá de eso están los enemigos. Ese es el axioma.
Ha llevado el espectáculo de la política circense a niveles nunca antes vistos. Haudini palidecería ante sus actos insólitos de escapismo; cualquier mago envidiaría la habilidad natural de hacer brotar conejos y palomas de su chistera; Copperfield envidiaría la técnica para hacer desaparecer estructuras físicas; cualquier gran ilusionista admiraría la destreza para guillotinar cabezas y luego presentarlas pegadas a sus cuerpos sin ningún rasguño, pero en todos los casos con el beneplácito del respetable. Como el magistral propagandista que es sabe que en nuestro cerebro los impulsos instintivos ocupan el 55 %, las emociones el 30 % y la racionalidad apenas el 15%, y a ello se atiene para su construcción propagandística.
La consigna de la transformación, según las maneras presidenciales, es un camino incierto, de victimización permanente, de enemigos embozados de adentro y afuera, que para conseguirla se requiere de un liderazgo aderezado de cualidades religiosas, morales y trascendentes, encarnadas en Uno. Su camino lo presenta como la vía dolorosa que redime, que lleva al martirio en obediencia a la palabra. Por eso no importa tanto su realización en el presente, por eso se necesita coraje, mucho coraje para ir siempre contra el enemigo, para seguir votando por el lado "correcto" y "verdadero" de la historia, con impulso instintivo. De ahí la importancia de estar en tensión permanente, de ser coparticipes de una visión histórico teleológica de México: la felicidad, el bienestar, la honestidad, aunque de eso casi nada esté disponible.
Mientras en la cabeza del "pueblo" existan enemigos y extraños complotistas a los cuales odiar y a los cuales temer, y contra los cuales se deba pedir la guillotina, el espectáculo tendrá asegurado el éxito. Las redes y los actuales medios son la versión moderna de la arena romana o de la asamblea pública de la era del terror de la Revolución Francesa, que lo mismo cercena la cabeza de los monarcas que la del revolucionario Danton y hasta de Robespierre el jefe radical. No importa que haya desempleo apabullante, decenas de miles de muertes por la pandemia, miles de desaparecidos, decenas de miles de asesinados, corrupción en el grupo gobernante, feminicidios a la alza, falta de medicamento para niños con cáncer, desconfianza para invertir, una economía semidestruida, abrumadora asignación directa de contratos, un gabinete marginal, el entusiasmo por el espectáculo prevalecerá, aunque la realidad sea adversa.
Gran problema enfrentará el presidente cuando la realidad descarnada le alcance y ella se imponga en la reflexión pública, como acto de crítica cívica y soberana, como tiene que ocurrir en toda república democrática, cuando el odio y el miedo se desvanezcan frente a un México urgido de solidaridad y colaboración para resolver la tragedia común, es decir, cuando la credibilidad, castigada a fuerza de reveces, se desvanezca y quede desnudo de racionalidad y hechos eficientes de gobierno. Ese sería su más desfavorable escenario, por esa razón es que el espectáculo continuará creciendo con nuevos y estruendosos protagonistas, más intenso, con más guillotinas y hogueras, con más emociones, pero ajeno a la racionalidad y alejado de los valores democráticos.