La esperanza de Morena/ Enrique Cervantes Ponce
Andrés Manuel López Obrador está en campaña. Como si dieciocho años no bastaran, como si no hubiera otros temas que atender de manera prioritaria o como si gobernar fuera lo último que importara. Porque el presidente no regresa a ser candidato, más bien nunca ha dejado de serlo, incluso con la victoria en la que, de manera legítima esta vez, se pudo colocar la banda presidencial por segunda ocasión. Y es que para López Obrador, el aplauso emanado de la plaza pública es vital, el recorrer el país y sentir que no ha perdido popularidad, aunque esta ya no sea como en un principio igual, es una bocanada de aire para poder continuar, y el generar esa polarización que trae consigo una elección, es para él una necesidad, pues es un fiel creyente de que el que divide vencerá.
Sin embargo, el eterno candidato no tiene mucho que ofrecerle a la población y posee poco que presumir de lo que ha logrado su administración. La corrupción que se acabaría barriendo las escaleras desde el primer día de su gestión, más bien aumentó; la seguridad y la paz que prometió regresar, se ha convertido en una situación que con abrazos Andrés Manuel ha sido incapaz de controlar; la promesa de un crecimiento económico como no lo consiguió el periodo neoliberal, terminó en un viraje a medir la felicidad ante la imposibilidad de un panorama económico prometedor que la “4T” no ha sabido generar. Por ello la urgencia de montar un espectáculo que logre hacer olvidar a los mexicanos los malos resultados acumulados en casi dos años y el pésimo manejo de la pandemia en la que Hugo López-Gatell no ha acertado en nada de lo que se había pronosticado desde el mes de marzo.
Es así como se explica el recibimiento de Emilio Lozoya con bombo y platillo al país que no sólo lo vio nacer, sino también corromper. No importa que pague por haber hecho las cosas mal, sino a quien de la oposición puede llegar a salpicar. No importa castigar la corrupción vía los contratos que consiguió, sino cómo puede ayudar a construir a Morena un discurso para conseguir votos para la próxima elección. No importa esclarecer el caso Odebrecht en su totalidad, sino mantener o incluso incrementar su mayoría en el Congreso Federal. Así, el juicio mayor se realizará desde el púlpito presidencial y no desde el tribunal encargado de sentenciar, la calumnia sin pruebas vendrá de aquél que ha dicho la capacidad que esta tiene de tiznar cuando no llega a manchar, en lugar de esperar la resolución que las carpetas de investigación puedan arrojar, y la “justicia” se convertirá en un arma que le ayudará a Morena a poderse levantar.
El combate frontal a la corrupción y la eliminación de la impunidad es una exigencia general. No obstante, lo que deberían esperar los mexicanos es un testigo protegido que declare con verdad y no un testigo consentido que le dicten lo que declarará y a quienes selectivamente acusará para obtener su libertad. Ojalá que dicho proceso judicial sea uno de pruebas y juzgados y no meramente de propaganda electoral que le llegue a regalar esperanza al partido de la figura presidencial.