Asilo político/Arturo Herrera
En México, el asilo político tiene un fundamento constitucional plasmado en el segundo párrafo del artículo 11 de la Carta Magna: “En caso de persecución por motivos de orden político, toda persona tiene derecho de solicitar asilo; por causas de carácter humanitario se recibirá refugio. La ley regulará su procedencias y excepciones”.
México abrió sus puertas al nicaragüense Cesar Augusto Sandino en 1923; al cubano Julio Antonio Mella en 1926; a los llamados “Niños de Morelia” en 1937 para protegerlos de la violencia de la Guerra Civil Española; en ese mismo año al líder de la Revolución Rusa León Trotsky cuando ninguna nación aceptaba recibirlo; a partir de 1939 a los republicanos españoles perseguidos por Francisco Franco; a los judíos amenazados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; al presidente venezolano Rómulo Gallegos en 1948; al presidente de Guatemala Jacobo Arbenz derrocado por los militares en 1954; en 1955 a Fidel Castro y a sus compañeros que regresarían a hacer la revolución en Cuba; en la década de los sesenta del siglo XX a cubanos vencidos por esa misma revolución; en 1973 a la familia del presidente chileno Salvador Allende y a cientos de políticos e intelectuales luego del golpe de estado de Augusto Pinochet. También, al ex presidente de Argentina Héctor J. Cámpora en 1975; al Sha de Irán Mohamed Reza Pahlevi en 1979; al presidente de Honduras Manuel Zelaya en 2009; y, en los años recientes, a cientos de disidentes del régimen venezolano de Nicolás Maduro, por mencionar algunos casos.
Durante la Guerra Civil Española, don Daniel Cosío Villegas recibió la encomienda del presidente Lázaro Cárdenas del Río de rescatar, operando desde la embajada de México en Portugal, a miles de republicanos para traerlos a México. Las críticas ácidas llovieron sobre el mandatario mexicano quien procuró que los exiliados tuvieran sustento; la prensa de la época acusó al mandatario de mantener a personas que además de ser “gachupines” eran “rojos”. Sin embargo, el exilio español le aportó a nuestro país una pléyade de intelectuales y empresarios, así como una institución académica de primer nivel: El Colegio de México.
En 1973 el embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, pese al acoso de los carabineros sobre la representación diplomática, abrió las puertas para dar alimento, techo y vino tinto a los refugiados en tanto gestionaba su traslado a nuestro país.
En la misma década el embajador de México en Uruguay, Vicente Muñiz Arroyo gestionó el traslado de 400 personas acosadas por la dictadura militar que se encumbró en esa nación sudamericana, la sede y su propio domicilio particular sirvieron para recibir a periodistas, políticos y académicos que vinieron a México.
Hay toda una tradición histórica que en estos días se ha retomado con el asilo que nuestro país concedió al ex presidente de Bolivia, Evo Morales, a quien se le puede cuestionar su afán por reelegirse, por su ego al montar un museo dedicado a Evo y por las dudas que sembró el proceso electoral celebrado este año. Pero nada es en blanco y negro. Evo fue el primer presidente indígena de aquel país, brincó al poder luego de encabezar a los cultivadores de hoja de coca, un cultivo tradicional en Bolivia desde la época prehispánica, pero no es ni fabricante de cocaína, ni narcotraficante; las hojas se usan hasta en la producción del más famoso refresco de cola en el mundo.
Evo, tuvo un amplio respaldo de los indígenas y resultados positivos en materia económica. Bolivia es un país que tuvo un crecimiento sostenido del 5% en los últimos años y en el que se redujeron los índices de pobreza. La salida de Morales del gobierno no se dio de manera pacífica, ciertamente hubo una parte de la sociedad que reclamó ante la “caída del sistema”, pero los militares forzaron su dimisión. Como en la época del presidente Lázaro Cárdenas, se acusa al gobierno de Andrés Manuel López Obrador de mantener a un “rojo”. En realidad, se puso en práctica, una vez más, una de las mejores tradiciones de México: el asilo político.