El evangelio de hoy/Mateo Calvillo
¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?
Hay que recuperar una fe viva en la herencia del cielo y el Juicio que nos espera después de nuestra muerte. Es de vida o muerte.
En tu vida. Los hombres viven enajenados, perdidos en negocios mundanos, quieren construir aquí el paraíso.
Descuidan el negocio más rico, la herencia del cielo, no se preparan para el juicio del que depende el cielo y la desgracia eterna.
Dios habla. Dios tiene un proyecto secreto para ti, para que encuentres el tesoro, que te saques el premio gordo, encuentres el paraíso perdido.
Dios tiene el proyecto completo de tu vida, es un sueño maravilloso, secreto. Necesitas conocer el proyecto para realizarlo, de otra manera andarás como una nave sin brújula, como tantos que andan perdidos.
Es necesario tener una buena relación con el para que te revelen el enigma de tu vida. Así realizarás plenamente tu destino definitivo.
Ahí está el secreto de la vida, de la plenitud, del descanso final, del paraíso soñado.
Estamos en pleno proyecto de Dios, en la plenitud de los tiempos Dios viene en la persona de su hijo para llevarlo a término. El nos revela los secretos de Dios, nos comunica las preguntas para el examen final, para el juicio supremo.
Es una verdad de trascendencia decisiva para la eternidad, terrible para los condenados: hay quien se condena, da horror sólo pensarlo.
Es la respuesta, con claridad, que da el hijo de Dios: “esfuércense en entrar por la puerta angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán”.
Cristo, sabiduría de Dios, nos da los datos para no engañarnos. Los creyentes toman muy a la ligera la salvación: “todos se salvan porque Diosito es muy bueno”. Olvidan que hay que ser santos en el cumplimiento de los mandamientos, que los más santos tiemblan al presentarse en el tribunal de Dios.
Muchos, en la práctica, no creen en el Juicio Final, en su responsabilidad y la gravedad del asunto. Son como los estudiantes que van al examen recepcional sin haber estudiado nada, totalmente ignorantes.
Otros creen que se van a salvar por una fe vaga y marchita, que los van a salvar algunas devociones, tradiciones, imágenes y colguijes, sin Dios.
Tocarán en la puerta de la gloria y gritarán: ábrenos, Señor, estamos bautizados, hicimos la primera comunión, tenemos escapularios, pertenecimos a tal asociación, estuvimos en las fiestas, traemos escapularios…
El Señor les responderá desde dentro “yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes, apártense de mi los que hacen el mal”.
Será la desgracia final y eterna, que no se compara con las peores desgracias humanas, ni con el estado final de un suicida ni con las torturas de los criminales ni con las peores soledades de los divorciados y huérfanos…
“Entonces llorarán ustedes y se desesperarán… Cuando ustedes se vean echados fuera”.
¿Qué tenemos que hacer? Hay que conocer a Cristo y su santa voluntad, sus mandamientos, el del amor, amar a los enemigos, el Sermón de la Montaña. Hay que vivir la fe.
Concretamente, se necesita un encuentro inicial con Cristo vivo que fascina pero descubre su voluntad y trastorna los planes pequeños, ciegos y mezquinos de los hombres.
Hay que conocer su plan de salvación para la persona y para el mundo e irse con él, compartir su vida y su proyecto de salvar a todos los hombres.
Hay que hacerse amigo y conocido como los santos místicos para el día en que toquemos a su puerta eterna.
Hay que reconocer errores y pecado: “hijo mío, no desprecies la corrección del Señor que corrige a los que ama y da azotes a sus consentidos”, enseñan la Carta a los Hebreos.
Por eso suplicamos en la oración: “estén firmemente anclados nuestros corazones donde se halla la verdadera felicidad”.
Vive intensamente. Necesitas la conversión: encontrar a Cristo para conocerlo a él y su Palabra santa y cumplirla.
Cristo está aquí. Cristo viene a ti para guiarte y llevarte a la fiesta del cielo. Está en ti en la comunión de su cuerpo y de su sangre.