Amenazas e insultos, el pan de cada día de inspectores en la vía pública
MORELIA, Mich., 12 de junio de 2019.- “Somos los más aferrados, hasta me pusieron Lady Perra, porque nunca me dejo decomisar”, explica María, comerciante ambulante no tolerada para trabajar en el Centro Histórico, durante uno de los operativos de retiro de estos oferentes realizados por el ayuntamiento de Morelia.
“A ver, que te cambien a un oficio donde ganes menos, no te va a convenir, ¿verdad?”, agrega otro vendedor ambulante, sin permiso para establecerse en el primer cuadro de la ciudad.
Un grupo de inspectores de la Dirección de Comercio en la Vía Pública, acompañado por una organización de derechos humanos y elementos de la Policía Municipal, recorre calles como Andrés del Río, Ana María Gallaga, Vasco de Quiroga, Humboldt y Valladolid, consideradas críticas por la presencia recurrente de comerciantes ambulantes no tolerados que se resisten a abandonar el espacio y ser reubicados.
“Hoy es un día tranquilo, pero las amenazas, los insultos, los golpes, eso es el pan de todos los días para nosotros”, expone César Medina, jefe de departamento de Inspección en el Centro Histórico.
Y no pasa mucho para obtener una muestra de la animadversión que el personal municipal despierta entre aquellos con los que el día a día es un juego de persecución, donde no hay ganadores absolutos, sólo buscar vender un día más o evitar la actividad de un oferente más.
“¿Por qué te las vas a llevar? No son tuyas, éste es mi lugar, de aquí para allá, éste es mi lugar, allá donde me dices no me dejan vender”, reclama Sergio, quien ofrece bolsas plásticas, de las usadas en los hogares para la basura, mientras trata de retener su mercancía y evitar el decomiso.
Papas fritas, churros, juegos de azar, aguas de sabores, dulces, elotes, garbanza, inclusive orquídeas en riesgo de extinción… variada es la mercancía que encuentran los transeúntes en los carritos, los triciclos, las mesas plegables y las carretillas de los vendedores ambulantes en la zona centro de Morelia.
Variada también es la procedencia de los comerciantes: residentes en Morelia, originarios de municipios como San Lucas hasta gente que viene de Veracruz, Estado de México o Querétaro, atraída por la afluencia de paseantes que diariamente convergen en el centro Histórico.
En septiembre de 2018, Morelia tenía cerca de 487 vendedores ambulantes en el área de monumentos históricos, que operaban sobre todo en los fines de semana, los períodos vacacionales y las festividades cívicas y religiosas; ahora, suman un máximo de 45, los más aferrados, los que se niegan a reubicarse.
“Mira, queremos que nos dejen trabajar, nomás los viernes, los sábados y los domingos, es que no hay chamba y la que hay, la quieren pagar bien barato; si no me dejan vender, ¿qué van a comer mis pollitos? No tengo otra forma de mantenerme, no tengo quién me dé dinero, estoy al día”, argumentan los comerciantes ante las peticiones de salir del primer cuadro de la ciudad de forma voluntaria.
Sin dejar de caminar sobre la calle Vasco de Quiroga, donde suele instalarse María, bautizada en redes sociales como Lady Perra por la agresividad que despliega en los operativos de retiro y decomiso, y su familia, César Medina asegura que estas acciones, aunque repudiadas por vendedores y algunos ciudadanos, son necesarias para preservar el patrimonio cultural y evitar el caos.
“¿Se acuerda cómo era Morelia en 1999? (Sí, los puestos en doble fila en los portales apenas permitían el paso a los peatones, a veces invadían las calles y dificultaban el tránsito vehicular, y las plazas estaban saturadas de gente que vendía cualquier cosa, cualquiera). A eso vamos a regresar si relajamos la aplicación del bando municipal que prohíbe la instalación de comercio ambulante, y eso nos puede costar perder el nombramiento de ciudad patrimonio de la humanidad, que nos ayuda a captar turismo”, refiere el jefe de departamento de Inspección en el Centro Histórico.
Sabe que la insuficiencia de fuentes de empleo, la precarización del salario, incentivan el comercio ambulante, pero permitir a unos operar es abrir la puerta a todos, entre ellos, los más de mil 500 vendedores ambulantes que abandonaron el centro de Morelia en 2001 y que 18 años después, aguardan una posibilidad de regresar.
No son el único escollo que deben sortear los inspectores: ciudadanos que atestiguan un operativo de decomiso, en múltiples ocasiones, han protegido a los comerciantes de lo que consideran malos tratos y abusos de la autoridad.
“Ayer mismo, hicimos un barrido y decomisamos dos triciclos con elotes, sólo nos llevamos uno, porque la gente resguardó el otro, no permitió que lo decomisáramos”, menciona.
Una parte importante de los vendedores ambulantes son empleados de líderes, a los que en administraciones pasadas, dicen, se les permitió establecerse en el Centro Histórico. Trabajan por salarios que oscilan de 150 pesos a 200 pesos diarios, más las comidas y la estadía en la capital michoacana, lo que es más atractivo para los oferentes que laborara como jornaleros en sus estados de procedencia.
Aunque estas condiciones tienen un precio, ya que de serles decomisada la mercancía que se les asigna para vender, deberán pagarla a los líderes, quienes “no sé qué otras cosas les hagan”, por lo que ante un intento de retiro o resguardo detona la agresión.
La solución ha sido la reubicación, medida que no es aceptada por quienes persisten en el centro Histórico.
“Estaría bien el Hospital Civil, el nuevo que están haciendo, pero todos los lugares están apartados, además le toca al ayuntamiento de Charo, yo que más quisiera que me dieran un lugar para estar todos los días”, asegura un vendedor, vecino del municipio de San Lucas.
“La gente a veces cree que somos unos monstruos, porque le quitamos a la gente la oportunidad de ganarse el sustento; no se da cuenta de que sólo hacemos valer la norma, la que prohíbe a los comerciantes no tolerados vender en el área Centro de Morelia, y que nuestro trabajo en ocasiones significa recibir amenazas de muerte, de lastimar a nuestras familias”, agrega el jefe del deparatmento.
Los inspectores retornan al punto de partida del operativo, las inmediaciones de la cerrada de San Agustín, al término de lo que consideran fue un operativo sin incidentes mayores, en tanto que sobre las calles de La Corregidora y Vasco de Quiroga, al amparo de la ausencia de los funcionarios y bajo la mirada de algunos niños y jóvenes que alertan el arribo de estos, las mesas y las carretillas portadoras de papas fritas, aguas de sabores, churros y dulces se colocan una vez más.
“Es el pan de cada día”, reitera César Medina.