El estado es para servir no para ser servido
En la gran familia católica resonó un grito este miércoles de ceniza: arrepiéntete. Tiene profundo eco en una sociedad que tiene miedo y angustia. No se trata de una práctica piadosa sino de una urgencia social, nacional. Hay que reconocer la corrupción e injusticia que hay en la sociedad, y la parte de maldad que hay en nosotros para iniciar un ascenso de renovación. La solución ya la gritó el más grande de los conductores de los pueblos, Jesucristo: “arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia”. Reconozcan su maldad y su inmoralidad y conviértanse. Hay que renovar la persona, retornar a la vida digna y pura, a la vergüenza, coherencia con los valores y principios que fundan la convivencia humana. Urge superar las conductas que no se guían por valores trascendentes, universales sino por conveniencias, intereses de grupos, caudal político. Hay que defender la justicia, valor universal, antes que al estado, institución de los hombres. Sin la renovación de los hombres basada en la dignidad de la persona con una guía superior, sabia y fiel, nos andamos por las ramas y el virus de la corrupción, impunidad, crimen organizado e institucionalizado sigue avanzando. Para los fieles de Cristo, que tienen la fortuna de pertenecer a su familia en la tierra es la invitación del tiempo de cuaresma. La conversión no es práctica piadosa, sino una necesidad actual y vital; es el punto de arranque para salir de las crisis, la injusticia, la desigualdad social escandalosa entre los que ganan cientos de miles de pesos y los que ganan dos dólares al día. Es el único camino para sacar las raíces del crimen, purificar del mal la convivencia y detener la descomposición social. La invitación viene ante un fenómeno nuevo: la población civil se organiza para protegerse, aparecen las policías comunitarias para hacer justicia y acabar con la ola de levantamientos y asesinatos y con la impunidad. Es un sentir generalizado, se escucha en las colonias: debemos organizarnos y armarnos para protegernos. Abundan los comités de defensa. Revela un clamor general contenido: la población no puede más ante el azote de la violencia y la desconfianza en las policías del Estado. Estas se han revelado totalmente ineficaces e infiltradas por el crimen organizado. Los ciudadanos no son criminales, actúanLíderes nacionales que tiene una gran voz, claman un repudio unilateral, maniqueo desde la clase dirigente. Condenan el hecho porque, afirman, temen la ingobernabilidad. Es lo que trata de frenar la iniciativa comunitaria.Parecen defender al Estado, ese aparato intocable como si fuera un dios, al que todo mundo debe servir, no un medio al servicio de la persona, su sociedad, sus valores trascendentes. El tono, parte del lenguaje no hablado, con el tiple y las ínfulas de los viejos políticos es significativo.Olvidan que el Estado no es un fin, un dios al que se deba adorar, es un medio para alcanzar el verdadero fin, valor universal, la justicia, el bien común, para servir a la persona, valor central. La reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia ilumina la relación de la autoridad con la comunidad política y los grupos intermedios. Leemos en el Compendio: “la autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización bien común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales” (n. 394). Una reflexión que da qué pensar, por lo menos. Deben reconocer que las policías comunitarias están haciendo la tarea de defensa de sus derechos que el Estado ha dejado de hacer. tutelan la integridad de las personas y de sus pertenencias. La gente procede así ante el vacío por falta de credibilidad moral o por ineficacia de los garantes del estado de derecho. Las policías comunitarias defienden un valor fundamental, la justicia, la seguridad, si están fuera de la ley humana, tan mal aplicada, están buscando un valor superior, el valor que el Estado no ha podido o ha descuidado darles. Se salen del control del Estado que no puede contra el crimen pero no del ámbito de la justicia, no promueven la ingobernabilidad como clamó alguien. Defienden el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida. Es un sentimiento generalizado, una oleada de iniciativas, la gente quiere proteger la integridad de su vida y de sus bienes. Actúa porque se siente defraudada de sus autoridades en quienes ha perdido totalmente la confianza.¿Hay riesgo de cometer injusticias? Sí, como las comete el Estado en la impartición de justicia. Los ataques del crimen se multiplican: levantamientos, asesinatos, saqueos de las casas. Los vecinos, que se defienden del mal que hacemos y el bien que dejamos de hacer para renovarnos moralmente y salir del caos mortal.Organizan, actúan en legítima defensa.Ante la ola de violencia y muerte, se hacen discursos, se toman medidas pragmáticas que no van a la raíz del problema, se necesita el arrepentimiento