Uso de razón/Pablo Hiriart
El país requiere y quiere serenarse luego de años de desgaste, pero tiene en el presidente de la República a su principal obstáculo pues se ha convertido en el promotor número uno de la polarización y del encono.
Un día habla reconciliación y al siguiente acusa a la mitad de los mexicanos de ser neofascistas, mezquinos, canallas y conservadores.
En lugar de construir la unidad con el ejemplo, incita a unos contra otros desde la cúpula del poder político.
Está tan embebido en el México del Siglo XIX, que busca reeditar en la centuria XXI la lucha entre liberales y conservadores.
Si no baja la temperatura a su fogosidad polarizadora, vamos a terminar enfrentándonos de verdad.
Él es presidente de todos los mexicanos y actúa como el caudillo, portavoz y combatiente de una fracción. ¿Qué mensaje está mandando a sus más fanatizados seguidores? ¿Adónde quiere llevar al país? ¿A la confrontación ente mexicanos?
Lo sucedido con el percance trágico del helicóptero en Puebla, es el mejor ejemplo de su ímpetu polarizador. En redes sociales hubo quienes de manera irresponsable (y en mi opinión, absurda) acusaron al presidente López Obrador de haber tirado el helicóptero en que viajaban sus odiados adversarios políticos Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle. Son las locuras que uno encuentra en las redes, y supeditar las obligaciones de Estado a las habladurías anónimas es un acto de infantilismo y pequeñez. O un pretexto.
El presidente debió haber asistido al funeral de la gobernadora muerta en funciones y del líder panista en el Senado, y se negó a hacerlo por el "mal ambiente" creado en redes sociales por manos anónimas. Se aguanta y va. Moreno Valle era el principal opositor de López Obrador, y murió en ese percance aéreo no aclarado.
Su esposa, también fallecida al caer el helicóptero, era la gobernadora de Puebla y acababa de derrotar en las urnas y en los tribunales al partido del presidente, si es que no al presidente mismo.
Fue el propio presidente el que se encargó de estigmatizar a la gobernadora Martha Érika Alonso al anunciar que no visitaría Puebla mientras ella estuviera ahí.
Y el helicóptero, en el que viajaban ella y su principal opositor en el país, se cae el 24 de diciembre.
O fue un insólito accidente, o algún grupo criminal le quiso hacer un regalo de Navidad -no pedido- al presidente al borrarle del mapa a los que él llamaba sus adversarios.
Por todo eso, López Obrador tenía que ir al funeral y dar el pésame a la familia y a los poblanos.
Esos tragos amargos, como rendir honores a los cadáveres de sus opositores políticos, es consustancial al cargo que ostenta.
Pero no fue porque en torno a la gobernadora fallecida y al difunto líder opositor, él construyó una narrativa de desprecio y confrontación.
Además, el presidente no está viendo en esos actos protocolarios de la democracia un mecanismo de cohesión nacional. No le interesa mandar mensajes de unidad por sobre las diferencias ideológicas.
Él está en batalla contra los conservadores del Siglo XIX, fifís, camajanes, neofascistas, canallas… Ya que le pare.
De persistir en esa intemperancia verbal, va a conseguir lo que ningún presidente se propone: la división total de sus gobernados.
Esas aventuras acaban en confrontaciones reales y el tejido social se destruye de manera irreparable.
Quien inició la división, las agresiones verbales y la construcción de una maquinaria de propaganda para insultar e intimidar en redes sociales a los que piensan diferente y a las instituciones del Estado, fue el dirigente político Andrés Manuel López Obrador y su grupo cercano.
Ya está en la presidencia. Tendría que restañar heridas y gobernar para un gran país con casi 130 millones de habitantes.
Hasta ahora no lo ha querido hacer, o no ha entendido que es su tarea hacerlo. Urge que recapacite.
De no haber una corrección en el camino, nos va a dividir de verdad y su fantasía guerrera de conservadores y liberales nos va a meter en un callejón sin salida.
México no se lo merece.