Juego de ojos/Miguel Ángel Sánchez de Armas
Un libro llamado Ulises
Cuando François Marie Arouet, “Voltaire”, supo que el gobierno francés había mandado incinerar en la plaza pública cuanto ejemplar de sus Cartas Inglesas fue posible confiscar, exclamó: “Hombre, cómo hemos progresado: antes se quemaba a los escritores… hoy únicamente a sus libros. ¡Esto es civilización!”
Doscientos años después, James Joyce se quejaba en carta a su editor de Estados Unidos: “No menos de veintidós editores leyeron el manuscrito de Dublineses, y cuando, por último, fue impreso, una persona muy amable compró toda la edición y la hizo quemar en Dublín —un nuevo y privado auto de fe.”
Estos recuerdos vienen a cuento porque se cumplen 85 años del histórico fallo del juez John M. Woolsey gracias al cual nuestros primos del norte pudieron por primera vez leer Ulises sin riesgo de ir a parar a una mazmorra y además echarse un trago, pues casi al mismo tiempo fue revocada la tonta e inmoral “ley seca”. El fallo fue un duro golpe a los censores que, en palabras de Morris L. Ernst, “durante décadas han luchado por mutilar la literatura […] y procurado reducir el material de lectura de los adultos al nivel de personas subnormales”.
Queda claro que de vivir hoy, Woolsey sería una bête noire del filisteo ignorante y rabioso que habita en la Casa Blanca.
En 1933, amarrar las manos a los autonombrados guardianes de la moral pública —de la mente y del cuerpo— oxigenó a la sociedad estadounidense y puso un ejemplo más allá de sus fronteras. Podría establecerse una línea de continuidad entre la legalización del Ulises y del alcohol, las movilizaciones pro-derechos civiles y la llegada de un ciudadano negro a la Casa Blanca —algo que ni siquiera Lincoln hubiese imaginado... o aceptado.
En el caso de la resolución del juez Woolsey —cuya aspectos centrales comparto hoy con los lectores—, no hay que pasar por alto que fue dictada cuando en las verdes colinas de Georgia y Missouri el Ku Klux Klan linchaba negros, en muchas escuelas se prohibían las enseñanzas de Darwin y el matrimonio interracial era ilegal. Me parece que cuando los vientos de la moralina, el conservadurismo y el fundamentalismo religioso comienzan de nuevo a soplar, como lo vemos en la era trumpiana, esta es una lectura provechosa para todos quienes creen en los derechos civiles y la libertad. Vale:
“III — […] en Ulises, a pesar de su franqueza inusitada, no encuentro en ningún lugar el propósito equívoco del sensualista. Sostengo, por consiguiente, que no es pornográfico.
“IV —Al escribir Ulises, Joyce trató de hacer un experimento serio en un género literario nuevo, si no enteramente inédito. Toma a personas de la más modesta clase media, que viven en Dublín en 1904, y trata no solamente de describir lo que hicieron cierto día, a comienzos del mes de junio, mientras iban y venían por la ciudad empeñadas en sus ocupaciones habituales, sino que también trata de contar lo que muchas de ellas pensaron entretanto. […]
“Tener que explicar con palabras un efecto que evidentemente se presta más para una técnica gráfica, es causa principalísima, según creo, de la obscuridad con que tropieza el lector de Ulises. Y también justifica otro aspecto del libro que debo además considerar: la sinceridad de Joyce y su honesto esfuerzo para mostrar con exactitud cómo operan las mentes de sus personajes.
“Si Joyce no intentara ser honesto desarrollando la técnica que ha adoptado en Ulises, el resultado sería, por lo tanto, sicológicamente falso e infiel a la técnica elegida. Tal actitud sería artísticamente imperdonable. Y es porque Joyce se ha mantenido leal a su técnica y no ha intentado evadirse de sus necesarias implicaciones, sino que ha tratado honestamente de contar con plenitud lo que sus personajes piensan, que ha sido objeto de tantos ataques y que la finalidad por él perseguida ha sido tan a menudo mal entendida y mal interpretada. […]. Las palabras tildadas de “sucias” son viejos términos sajones, conocidos por casi todos los hombres y, me arriesgo a decir, por muchas mujeres, y son las palabras que emplearía natural y habitualmente, creo yo, la clase de gente cuya vida física y mental Joyce está tratando de describir. Respecto a la reaparición insistente del tema del sexo en la mente de los personajes, no se debe olvidar que éstos actúan en un ambiente céltico y en plena temporada primaveral.
“Que a uno le agrade o no una técnica como la que usa Joyce, es cuestión de gusto y sobre la cual toda discusión es inútil. Pero pretender someter esa técnica a los puntos de vista de otras técnicas me parece punto menos que absurdo. Por consiguiente, sostengo que Ulises es un libro sincero y honesto, y pienso que las críticas quedan enteramente compensadas por su razonada exposición.
“V —Además, Ulises es un asombroso tour de force si se considera el éxito que ha obtenido, en principio, con un objeto tan difícil como el que Joyce se había propuesto. Como ya he dicho, Ulises no es un libro de fácil lectura. Es brillante y aburrido, inteligible y oscuro alternativamente. En muchos pasajes me resulta desagradable; pero, aunque contiene —como ya he mencionado— muchas palabras consideradas vulgarmente sucias, no he hallado nada que denote complacencia en tal suciedad. Cada palabra del libro contribuye como un trozo de mosaico al detalle del cuadro que Joyce está tratando de ofrecer a sus lectores.
“Si uno no desea asociarse con gente como la que Joyce pinta, es asunto que queda librado al criterio personal. Para evitar contactos indirectos como esos personajes, uno puede no desear la lectura de Ulises; eso es bastante comprensible. Pero si un verdadero artista de la palabra, como Joyce lo es indudablemente, intenta trazar una imagen real de la clase media más baja de una ciudad europea, ¿debe ser legalmente imposible para el público estadounidense ver esa imagen? […]
“VI —La ley en la cual el decreto está comprendido, solamente pena, en lo que nos concierne, la introducción en Estados Unidos de cualquier libro obsceno proveniente de cualquier país extranjero. No esgrime contra los libros la amenaza de los adjetivos condenatorios que generalmente se hallan en leyes que tratan asuntos de esta índole. Se requiere de mí, por lo tanto, únicamente que determine si Ulises es obsceno dentro de la definición legal de dicha palabra.
“El significado de la palabra ‘obsceno’, como la definen legalmente las Cortes, es: ‘Tendiente a excitar los impulsos sexuales o a inducir a pensamientos sexualmente impuros y sensuales’. Si un determinado libro tendiera a excitar tales impulsos y pensamientos, tendría que ser probado por la Corte, en cuanto a su efecto, en una persona de instintos sexuales normales —lo que los franceses llaman l’homme moyen sensuel—, que desempeña en esta rama de investigaciones legales el mismo papel de reactivo hipotético que el ‘hombre razonable’ en la Ley de Agravios y ‘el hombre entendido en arte’ respecto a cuestiones de invención en la Ley de Patentes. […]
“Después de haber tomado mi decisión acerca de ese aspecto de Ulises que ahora se considera, confronté mis impresiones con las de dos amigos míos, que en mi opinión reunían los requisitos arriba mencionados para mi reactivo. […] Los dos habían leído Ulises y, desde luego, estaban completamente desvinculados de esta causa. […] di a cada uno la definición legal de ‘obsceno’ y le pregunté si en su opinión Ulises era ‘obsceno’ dentro de esa definición. Me interesó comprobar que ambos estaban de acuerdo con mi opinión: Que Ulises, leído en su integridad, como un libro debe ser leído en una prueba como ésta, no tendía a excitar impulsos sexuales o pensamientos sensuales, sino que su efecto sobre ellos era solamente el de un comentario algo trágico y muy poderoso sobre la vida íntima de hombres y mujeres.
“La ley concierne únicamente a personas normales. Un ensayo tal como el que he descrito, es, por lo tanto, la única prueba apropiada de ‘obscenidad’ en el caso de un libro como Ulises, que es un intento sincero y serio de crear un nuevo método literario para la observación y descripción de la humanidad. Me doy perfecta cuenta de que, debido a alguna de sus escenas, Ulises es un trago más bien fuerte para ser gustado por algunas personas sensibles, aunque normales; pero mi opinión, madurada tras larga reflexión, es que mientras en muchos pasajes el efecto que Ulises produce sobre el lector es indudablemente algo emético, en ninguna parte tiende a ser un afrodisíaco. Por lo tanto, Ulises puede ser admitido en Estados Unidos.”
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